Tío Elon frente al tío Sam: Musk tiene experiencia en despidos pero, ¿será suficiente reformar el Gobierno de Estados Unidos?
Donald Trump anunció recientemente que crearía el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), que promete «desmantelar la burocracia gubernamental, recortar el exceso de regulaciones, reducir los gastos superfluos y reestructurar las agencias federales». Y para dirigir el nuevo departamento de recorte de gastos, Trump ha recurrido al empresario que llama el «mayor recortador del mundo»: Elon Musk.
Si lo que quiere es pasar una motosierra por el Gobierno federal, Musk parece perfectamente adecuado para el trabajo. En Twitter, eliminó nada menos que el 80% de la plantilla, más de 6.000 personas. En Tesla, recortó el 10% de la fuerza laboral, afirmando que la empresa necesitaba ser «absolutamente dura con la reducción de plantilla y de costes». También despidió al 10% de los empleados de Space X, insistiendo en que sus equipos tenían que ser ágiles. Para Musk, recortar suele ser la primera tarea.
En general, las tácticas de Musk han dado resultado. El uso de Twitter, según Musk, está en su nivel más alto. Las acciones de Tesla subieron un 28% el año pasado. Y SpaceX —valorada ahora en 250.000 millones de dólares o 237.000 millones de euros— está pasando también por un gran momento. En el mundo empresarial, un menor número de trabajadores suele traducirse en mayores beneficios. Otros líderes tecnológicos, inspirados por Musk, no han tardado en seguir su ejemplo: el año pasado, la industria despidió a más de 250.000 empleados.
La cuestión es: ¿pueden las tácticas de reducción de costes que Musk ha empleado en el sector privado servir para frenar el despilfarro y la sobrecarga en el Ejecutivo? Musk y su copresidente del DOGE, el multimillonario de la biotecnología Vivek Ramaswamy, han afirmado que quieren contratar a «revolucionarios del pequeño gobierno con un coeficiente intelectual muy alto» para ayudar a recortar 2 billones de dólares (1,9 billones de euros) —aproximadamente un tercio de todo el gasto federal— y reducir la plantilla federal hasta un 75%. Se trata de un objetivo que ha sido imposible para todas las Administraciones republicanas desde Ronald Reagan, y que puede resultar inalcanzable incluso para Musk, el hombre que ahora ha sido designado jefe de los recortadores de gastos de Estados Unidos.
Ciertamente, no hay falta de despilfarro e ineficiencia en el Gobierno estadounidense. En 2019, el Departamento de Defensa desembolsó 22 millones de dólares (20,9 millones de euros) en colas de langosta. En 2020, el Servicio de Impuestos Internos (IRS, por sus siglas en inglés) envió 1.400 millones de dólares (1.330 millones de euros) en devoluciones de impuestos a estadounidenses muertos. Miles y miles de metros cuadrados en edificios federales permanecen desocupados.
En teoría, una figura audaz y externa como Musk podría ser lo que se necesita para reducir la envergadura de una entidad tan vasta e intratable como el Gobierno federal. Las grandes organizaciones necesitan una fuerza de «destrucción creativa» para cambiar, afirma Michael Morris, profesor de la Columbia Business School. «Las cosas no desaparecen por sí solas. Tienes que tener a alguien con la voluntad de desmantelar deliberadamente las cosas si quieres que haya innovación».
Y cuando una nueva figura aplica una sacudida masiva al sistema —ya sea a nivel gubernamental o privado—, «a menudo el tiro sale por la culata», afirma Morris. «Suele haber una resistencia muy feroz y activa al cambio».
Como CEO, Musk tiene margen para superar esa resistencia y reformar la cultura de la empresa. Pero las cosas van a ser diferentes con el DOGE. A pesar de su denominación de «departamento», el nuevo organismo funcionará únicamente con carácter consultivo: el Congreso tiene la responsabilidad última de autorizar el gasto y eliminar organismos. El Gobierno, por su diseño, constituye un proceso intensamente colaborativo, destinado a satisfacer las necesidades contrapuestas de los distintos grupos de interés. Musk, por el contrario, está acostumbrado a gobernar por decreto.
«Musk ejerce sin duda un gran control en sus empresas que no tendrá en el entorno del Gobierno federal, donde tenemos controles y equilibrios», afirma Andy Wu, profesor asociado de administración de empresas en la Harvard Business School. «Aunque Musk tuviera buenas ideas, no está tan claro que pudiera ponerlas en práctica».
El Gobierno estadounidense es famoso por aferrarse a prácticas del pasado, incluso cuando ya no tienen sentido. Linda Bilmes, profesora de política pública en la Harvard Kennedy School, cita la acuñación continuada del penique, cuya producción cuesta tres céntimos. El año pasado, en una economía que se ha alejado en gran medida del dinero en efectivo, el Gobierno gastó 179 millones de dólares (170 millones de euros) en la acuñación de peniques y monedas de cinco centavos.
«El peligro es que Elon Musk piense que es la primera persona que ha estudiado la reducción de costes en la Administración«, asegura Bilmes. «Mucha gente que sabe mucho de la Administración ha propuesto muchas buenas ideas. El potencial de utilidad estaría en que él pudiera tomar algunas ideas ya razonablemente buenas y ayudar a ponerlas en práctica».
La Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno (GAO, por sus siglas en inglés) y los inspectores generales ya han recomendado una serie de objetivos potenciales. No siempre son llamativos: este año, la GAO recomendó a los organismos utilizar modelos predictivos para programar el mantenimiento, afirmando que podrían ahorrar 100 millones de dólares (95 millones de euros) o más. También instó al IRS a centrarse en la recaudación de impuestos adeudados por empresarios individuales, lo que podría generar cientos de millones de dólares en ingresos. Si el Gobierno aplicara sus 5.480 propuestas, la GAO estimó que «produciría beneficios financieros cuantificables» de hasta 208.000 millones de dólares (197.000 millones de euros).
Pero hasta ahora, Musk ha parecido más interesado en el tipo de propuestas llamativas y de poca importancia que atraen clics en X. Ha empezado a compartir lo que considera ejemplos de despilfarro —desde 3 millones de dólares (2,85 millones de euros) gastados en la investigación de fármacos que implicaban ver «a hámsters luchando con esteroides» hasta una subvención de 20.000 dólares (19.000 euros) que financiaba espectáculos drag en Ecuador— y a hacer crowdsourcing de ellos en la plataforma. Ese tipo de partidas pueden generar indignación entre los contribuyentes, pero eliminarlas no contribuirá mucho a recortar el gasto anual del Gobierno estadounidense, que asciende a 6,2 billones de dólares (5,88 billones de euros).
Luego está la política de recortes presupuestarios. La última vez que los republicanos lograron frenar el gasto público, durante el mandato de Ronald Reagan, recortaron drásticamente en áreas que resultaron impopulares, como los programas de bienestar social, los préstamos a estudiantes y la formación para el empleo. Es posible que Musk vea muchas áreas que le gustaría recortar, pero una amplia gama de electores inevitablemente se opondrán a los recortes de programas que consideran esenciales. Cuando se trata de gasto federal, el despilfarro de una persona es el pan de cada día de otra.
«La gente apoya la idea de mejorar la forma en que el Gobierno presta sus servicios», afirma Joel Friedman, vicepresidente senior de política fiscal federal del Center on Budget and Policy Priorities, un grupo de reflexión progresista. «Creo que la gente tendría una opinión diferente si acabas destripando programas de los que dependen y por los que se preocupan». La eficiencia siempre suena bien, hasta que le llega a algo que te gusta.
Más allá de la cuestión de dónde recortar, Musk se enfrentará a un intenso escrutinio sobre por qué se centra en determinadas áreas del Gobierno. Su papel en el DOGE está plagado de posibles conflictos de interés. SpaceX, por ejemplo, ha recibido casi 20.000 millones de dólares (19.000 millones de euros) en contratos federales desde 2008, y Musk ha criticado duramente a la Administración Federal de Aviación, considerándola un obstáculo para el lanzamiento de su poderosa Starship. Y sus enormes inversiones en vehículos eléctricos y redes sociales dependen de todo tipo de gastos y supervisión federales.
Cuando se trata de cómo el gobierno interactúa con el mercado, el hombre más rico del mundo tiene mucho que decir. Las empresas de Musk no respondieron a las peticiones de comentarios. Pero Brian Hughes, un portavoz del equipo de transición de Trump, afirma que planea asegurarse de que aquellos involucrados con el DOGE «cumplan todas las pautas legales relacionadas con los conflictos de interés”.
Esas preocupaciones también se refieren a la gran cuestión de lo que Trump y sus aliados esperan conseguir reduciendo el tamaño del Gobierno. Los llamamientos a reducir la «ineficiencia» y la «burocracia» han sido durante mucho tiempo un eufemismo para los republicanos deseosos de reducir o eliminar la supervisión federal de todo, desde la contaminación industrial hasta la seguridad de las aerolíneas.
Menos Gobierno no es necesariamente mejor Gobierno, y hay muchas agencias federales que siguen teniendo escasez de personal y de fondos, desde el IRS a la Administración de Veteranos, que son incapaces de realizar incluso sus funciones más básicas. El viernes, Ramaswamy vinculó directamente el DOGE al sueño de la era Reagan de un Gobierno más pequeño, prometiendo que la nueva agencia terminará su trabajo el 4 de julio de 2026, fecha del 250 aniversario de la Declaración de Independencia.
E incluso cuando los conservadores han conseguido recortar gastos, no han hecho nada para frenar el ritmo del gasto público. Reagan recortó 22.000 millones de dólares (20.900 millones de euros) en programas de bienestar social durante sus dos primeros años de mandato, un ahorro que se vio compensado con creces por sus recortes fiscales y su gasto militar, que casi triplicaron la deuda nacional. Y en 1981, cuando se produjo una profunda recesión, el recorte de la red de seguridad dejó a millones de estadounidenses sumidos en la pobreza con aún menos recursos para salir adelante.
También es importante recordar que Musk hizo algo más que reducir el tamaño de X: también utilizó la plataforma para exaltar argumentos de extrema derecha y teorías de conspiración infundadas. En resumen, la rediseñó para que estuviera al servicio de sus propios fines políticos, haciéndola más mezquina y más eficiente. Queda por ver si Musk hará lo mismo con el DOGE.
Hay muchos lugares en los que Estados Unidos podría gastar sus impuestos de forma más inteligente. Pero también hay muchos lugares en los que el hombre al que la familia de Trump se refiere ahora como «tío» Elon podría desplegar lo que el DOGE llama «recorte de costes poco glamourosos» para doblegar al Gobierno y ponerlo al servicio de sus propias necesidades financieras.
Musk ha reconocido que los estadounidenses pasarán «penurias» como consecuencia de los recortes que quiere que se apliquen. Pero eso no significa que no sea capaz de sacar más rendimiento de menos recursos, como hizo en sus propias empresas.
Cuando Musk recortó la plantilla de Twitter, los críticos predijeron que la aplicación se hundiría sin personal suficiente para mantenerla. Dos años después, tras algunos fallos iniciales, funciona prácticamente igual que antes, a un coste mucho menor. Dudar de Musk, incluso cuando parece estar actuando en su versión más extrema, puede ser un disparate.