Lisa Doucet-Albert no tuvo la típica experiencia adolescente de los 80. Mientras sus compañeros pasaban el rato por los centros comerciales y los recreativos de su barrio de Rhode Island, ella se encargaba de cocinar, hacer la compra y todo lo que hiciera falta mientras su madre trabajaba. Como hermana mayor, también era la encargada de cuidar a su hermano pequeño. Sentía que era su responsabilidad preocuparse por todos.
Doucet-Albert, que ahora es directora de una empresa de relaciones públicas de Providence, cree que la cantidad de responsabilidades que asumió de niña ha marcado mucho su personalidad actual. «Nunca pido ayuda, pero siempre la ofrezco. Me gusta complacer a la gente y me desvío de mi camino para ayudar a los demás, casi como si fuera mi obligación. También me cuesta poner límites y decir que no. Es algo en lo que trabajo constantemente», explica.
Doucet-Albert es solo una de las decenas de mujeres que se han reconocido en una aflicción de la que se habla mucho últimamente: el «síndrome de la hija mayor«. El término describe una personalidad marcada por una mezcla de perfeccionismo, autosacrificio, culpa y resentimiento entre hermanos gracias al doble golpe de ser a la vez primogénita y mujer. En un post que ha conseguido 4,5 millones de visitas en TikTok, un poema titulado Oldest Daughter Guilt («La culpa de la hija mayor») resume la lucha: «¿Por qué no puedo ser feliz? / Necesito ponerme en primer lugar. / ¿Pero quién soy yo cuando / no estoy arreglando el daño de otro?».
La premisa del síndrome de la hija mayor se basa en dos supuestos fundamentales: que se espera que las primogénitas o hijas únicas sean modelos de superación y buen comportamiento para sus hermanos pequeños y que se les pide que asuman más tareas domésticas que sus hermanos. Las investigaciones no son concluyentes sobre si el orden de nacimiento predice significativamente la personalidad. Pero las hijas mayores pueden tener más ciencia de la que parece. Aunque la conversación cultural se ha centrado en las desventajas de ser la mayor, estudios de distintas disciplinas apuntan a beneficios muy reales para los padres y hermanos de las primogénitas, sobre todo en tiempos difíciles. Por otra parte, que esas ventajas se trasladen a los hermanos pequeños y padres depende del sacrificio que las hermanas mayores estén dispuestas a hacer.
En otras palabras, todo el mundo debería tener una hermana mayor. Pero no todo el mundo quiere serlo.
Aunque a los sociólogos no les gusta la tendencia de asignar rasgos de carácter según agrupaciones demográficas arbitrarias, como las etiquetas generacionales y el orden de los hermanos, hay bastantes estudios que apoyan el síndrome de la hija mayor. Se ha comprobado que las niñas dedican más tiempo a las tareas domésticas que los niños; a los hijos mayores, en general, se les suele pedir que den ejemplo a sus hermanos pequeños.
Los primogénitos también desempeñan un papel importante como canguros, especialmente cuando los padres y tutores tienen un acceso limitado a otros cuidadores. En una encuesta realizada a cerca de 2.000 padres estadounidenses, aproximadamente la mitad de ellos declararon que habían recurrido a sus hijos mayores para cuidar de los pequeños parcial o totalmente, entre febrero y diciembre de 2020, durante el momento álgido del confinamiento por la pandemia.
Aunque la encuesta no especificaba el sexo de los cuidadores, los estudios existentes permiten suponer que las niñas se encargaban más de la tarea. Según Molly Fox, profesora asociada de Antropología en la Universidad de California en Los Ángeles, «es un patrón bien establecido en la literatura antropológica de diversas sociedades humanas que las hermanas mayores participan más en el cuidado directo de los niños que los hermanos mayores«.
Cuando una madre necesitaba ayuda, la biología hacía que su hija mayor diera un paso adelante y madurara más rápido para prestarla
Fox ha dirigido un equipo de investigadores que ha descubierto una sorprendente pista evolutiva sobre por qué es tan común que las mujeres asuman funciones de cuidadoras. El estudio, que ha durado 15 años y se ha publicado a principios de este año, halló una relación entre las madres que declararon sufrir trastornos psicológicos durante el embarazo y la aceleración de la pubertad suprarrenal en las hijas primogénitas.
La pubertad suprarrenal es el momento en que el cuerpo empieza a producir más cantidad de una hormona que se convierte en otras sustancias químicas potentes, como las hormonas sexuales estrógeno y testosterona. La pubertad suprarrenal también inicia una fase de desarrollo cognitivo asociada a la madurez emocional y conductual, que suele producirse unos dos años antes de la pubertad normal. Un niño que ha pasado por la pubertad suprarrenal está mejor preparado para asumir responsabilidades más propias de los adultos, como cuidar a los niños, cocinar y hacer recados en casa. Lo más sorprendente de todo es que la angustia materna no acelera la pubertad suprarrenal ni en los hijos ni en las hijas más jóvenes. Así pues, cuando una madre necesitaba ayuda, la biología hacía que su hija mayor diera un paso adelante y madurara más rápido para prestarla, pero no ocurría lo mismo con los demás hijos.
¿Significa esto que el síndrome de la hija mayor no solo es real, sino que además comienza en el útero? En opinión de Fox, la respuesta parece afirmativa, al menos en algunos casos. Para las madres en circunstancias difíciles, tener una primogénita precoz que pueda ayudar con el cuidado de los hermanos es una adaptación útil. «Esta idea parece coherente con el fenómeno de la ‘hija mayor'», afirma la experta.
En los países de ingresos bajos y medios, tener una hermana mayor puede incluso dar a los hermanos pequeños una ventaja en su futuro éxito y bienestar. Un estudio de 2020 que examinaba los patrones de desarrollo de la primera infancia en la Kenia rural descubrió que los niños pequeños con una hermana mayor, a diferencia de los que tenían un hermano mayor, obtenían puntuaciones significativamente más altas en vocabulario y desarrollo de la motricidad fina, diferencias que se atribuyeron a la atención e interacción adicionales. A modo de comparación, este «efecto» de tener una hermana mayor «impacta lo mismo que la diferencia en el desarrollo infantil con una madre que ha completado estudios superiores y una madre que solo ha finalizado la educación primaria», según escribieron los investigadores en un post del blog para el Centro para el Desarrollo Global.
Pamela Jakiela, profesora asociada de Economía en el Williams College y coautora del estudio, afirma que es difícil saber si las hermanas mayores de países desarrollados como Estados Unidos tienen un impacto tan significativo en el desarrollo temprano de sus hermanos pequeños. Las madres de las zonas rurales de Kenia suelen tener más hijos, lo que significa que hay más niños pequeños de los que ocuparse a la vez. El menor acceso a centros de atención infantil (como preescolar y guarderías) implica que el cuidado de los bebés y niños pequeños recae en los miembros del hogar. Además, los roles de género son más marcados que en zonas más desarrolladas, por lo que las tareas domésticas y el cuidado de los niños recaen más explícitamente en las niñas y las mujeres.
No obstante, las conclusiones siguen siendo válidas para los hogares de países como Estados Unidos, donde los padres dependen enormemente de sus hijos mayores para que les ayuden en casa. Y aunque las funciones y responsabilidades familiares no están tan predeterminadas por el género como antes, incluso en estos contextos las mujeres siguen asumiendo la mayor parte de las tareas domésticas.
El escrutinio sobre la «difícil situación de la hija mayor» se inscribe en un debate más amplio sobre qué tipo de expectativas es apropiado imponer a los hijos, sobre todo a la luz de la creciente preocupación por los posibles perjuicios de la «inversión de roles» o «parentificación«. Muchos tiktokers y terapeutas afirman que pedir a los niños que asuman demasiadas cosas demasiado pronto puede acarrear problemas para sus relaciones y su salud mental.
A pesar de los posibles sacrificios, ser la hija mayor tiene sus ventajas. Según un estudio de 2014 realizado por investigadores de la Universidad de Essex, las primogénitas suelen ser las más ambiciosas y exitosas de sus familias. Un estudio de 2018 publicado en Child Development descubrió que, independientemente del sexo, un hermano mayor que cuida de un hermano pequeño ayudaba a ambos a desarrollar más la empatía.
Las relaciones entre hermanos también se benefician de esta dinámica. Jonathan Westover, que creció como el sexto de ocho hermanos en Utah en los años 80, me contó que su hermana mayor actuó como un tercer padre durante gran parte de su infancia. En aquella época, era muy especial poder pasar tanto tiempo con ella, sobre todo teniendo en cuenta la diferencia de edad de más de una década. «A día de hoy, tengo una relación más estrecha con ella que con muchos de mis otros hermanos mayores», afirma.
‘La diferencia fundamental se debe a que mis padres nunca esperaron que antepusiera sus necesidades de cuidado de los niños a mis propias experiencias infantiles’
La historia de Westover coincide con mi propia experiencia como primogénita y única hija de una familia de tres hermanos. No estoy segura de que hubiera pasado mucho tiempo con mis hermanos pequeños, dada la diferencia de edad de cuatro y seis años, si no me hubieran encargado cuidarlos después del colegio y cuando mis padres no estaban. Aunque no era exactamente Mary Poppins (como mis hermanos estarían encantados de atestiguar), mi condición de madre soltera me ayudó a sentar las bases del cálido y afectuoso vínculo que comparto con ellos de adulta.
No desarrollé la misma visión negativa de mi papel que muchos otros, y la diferencia fundamental vino del hecho de que mis padres nunca esperaron que antepusiera sus necesidades de cuidado de los niños a mis propias experiencias infantiles. Si tenía que quedarme después del colegio para ensayar una obra o jugar al tenis, buscaban a otra persona que cuidara de mis hermanos hasta que uno de nosotros volviera a casa. (Vale la pena señalar que, con dos parejas de abuelos viviendo cerca, era bastante fácil).
Por el contrario, Westover cuenta que sus padres confiaban en su hermana mayor como cuidadora, a costa de su vida social y sus actividades extraescolares. «Se puso a la defensiva con mis padres y empezó a portarse mal porque se apoyaban mucho en ella, probablemente más de lo que debían y, desde luego, más de lo que ella consideraba justo», explica Westover. «Incluso de vida adulta, se lo ha seguido reprochando a mis padres», añade. Su mujer creció en una familia igualmente numerosa, y su hermana mayor vivió una experiencia similar. En ambas familias, a las hermanas mayores se les pedía que asumieran una parte comparativamente minúscula de la carga.
Westover, que ahora es profesor asociado de liderazgo organizativo en la Universidad de Utah Valley y tiene seis hijos, me dijo que él y su mujer habían tenido cuidado de no repetir los errores de sus padres. «Intentamos que nuestros hijos no tengan que ocuparse de cosas que son responsabilidad nuestra. Si los niños nos ayudan, nos aseguramos de que lo hagan por igual. No obligamos a las niñas a hacer una cosa y a los niños otra», explica. Su primogénita, una chica, tiene ahora 20 años.
Siempre que estén preparados para hacer frente a las tareas, no hay nada malo de por sí en pedir a los niños que asuman responsabilidades. Según Lenette Azzi-Lessing, profesora asociada de trabajo social en la Universidad de Boston y miembro de la Child Welfare League of America, sentirse competente realizando tareas de adulto puede ser incluso una valiosa fuente de autoconfianza para los niños mayores. Pero cuando esas tareas merman la capacidad de un hermano mayor de vivir sus propias experiencias para un buen desarrollo (las tareas escolares, el ocio, las actividades extraescolares o las actividades sociales) es cuando los inconvenientes pueden superar rápidamente a los beneficios. «Si a las chicas se les impide alcanzar su potencial académico porque se les exige un apoyo para el cuidado de los hijos que a los chicos no se les exige, tenemos un gran problema», afirma Jakiela, profesor de economía.
Esos perjuicios pueden ser especialmente pronunciados en el actual entorno escolar ultracompetitivo. «Aunque ahora los niños tienden a hacer menos tareas que cuando yo era niña, también han cambiado las expectativas en cuanto a logros académicos, deportivos y extraescolares. No estoy segura de que los niños de hoy tengan el margen necesario para asumir las tareas de cuidado de sus padres», señala Jakiela.
Como en la mayoría de las cosas, la clave está en el equilibrio. Las hijas mayores tienen un valioso papel que desempeñar en la vida de sus padres y hermanos pequeños, pero evitar los inconvenientes de esa responsabilidad requiere un apoyo adicional por parte de unos padres que suelen sentirse abrumados. En otras palabras, la cura para el síndrome de la hija mayor está en manos de los progenitores.
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