Nunca abras un nuevo chat de grupo a las 3:47 de la mañana. Nunca metas a tu ex y a tu padre en el mismo chat de grupo. Que jamás se te ocurra referirte a un grupo de chat como «un pequeño grupo» cuando en él está tu ex (y CEO de una de tus empresas), tu padre, tu abogado, y nueve de tus principales directivos, todos intentando salvar los muebles mientras se derrumba tu exchange de criptomonedas por la noticia de que puedes haber robado hasta 10.000 millones de dólares a tus clientes.
Estos son solo tres de los muchos pecados que Sam Bankman-Fried cometió en su chat de grupo en la madrugada del 7 de noviembre de 2022. Un año después, los mensajes de pánico compartidos en ese «pequeño chat de grupo», además de con otros con nombres como «Procesamiento de donaciones» y «Gente de la casa» (seguramente aquellos que vivían en el ático de 35 millones de dólares de Bankman-Fried) fueron algunas de las pruebas que lo condenaron por siete delitos de fraude.
Aunque puede que sea la primera persona en cumplir hasta 110 años de cárcel por ello, Bankman-Fried no es ni mucho menos el primero que comete un error en un chat grupal. Probablemente tú, tus amigos y tu madre habéis cometido varios esta mañana. No te preocupes. Como cualquier buen chat de grupo, este es un espacio seguro, y yo estoy aquí para ayudarte a navegar por estas delicadas corrientes. ❤️❤️❤️
Los chats de grupo no sólo han aporreado las redes sociales hasta la sumisión, quitándoles usuarios y engagement a un Facebook estéril, un Instagram aburrido y un Twitter bilioso y roto (no lo voy a llamar X). Los chats de grupo se han convertido en el centro de la civilización y sus descontentos. Desde la cena de Navidad, la información sobre Silicon Valley Bank, las filtraciones sobre seguridad nacional, los hilos secretos de los políticos, los militantes de Hamás o los trombonistas de una banda de música de instituto, en los chats de grupo están las salas de reunión donde pasa todo, para bien o para mal.
La gente tiene dificultades con la omnipresencia interminable de los chats grupales. Según una encuesta reciente a 1.005 adultos estadounidenses, el norteamericano medio pasa 26 minutos al día leyendo y respondiendo a chats de grupo. Alrededor de dos tercios afirman sentirse abrumados por ellos, y el 42% dice que estar al día les parece un trabajo a tiempo parcial. «La cultura de los chats de grupo está fuera de control», denunciaba en septiembre un artículo de The Atlantic. «57 mensajes en un día. The Group Text Has Gone Off the Rails» (57 mensajes en un día: el chat en grupo se ha salido de madre), titulaba en octubre el Wall Street Journal. A principios de noviembre, un hombre de Indonesia fue sospechoso de apuñalar y matar a su amigo después de que este lo echara de un grupo de WhatsApp sobre motocicletas.
No tiene por qué ser así. Como defensor público de los chats de grupo y de todo el caos y los mensajes de alto riesgo que pueden poner en peligro amistades, carreras, empresas y gobiernos, no soporto más ver cómo se mancha el nombre de los chats de grupo y cómo la gente comete errores garrafales. Hace un siglo, Emily Post intentó poner orden en el frenético crisol de culturas de una joven nación estadounidense con su libro Etiqueta en la sociedad, en los negocios, en la política y en casa. Pues bien, la sociedad, los negocios, la política y la vida doméstica han entrado en el chat de grupo. Para que sobrevivamos y prosperemos como humanos, es hora de ponernos de acuerdo sobre la Etiqueta Definitiva del Chat en Grupo. Por favor, poned vuestros teléfonos en «No molestar» durante los próximos minutos. De antemano, de nada.
Si 57 mensajes sin leer es, como dijo The Wall Street Journal, «descarrilar», entonces yo debo estar en algún lugar del barranco, volcado y tomando agua mientras estallo en llamas. Cincuenta y siete mensajes (mis más sinceras disculpas, Sra. Post) pueden constituir una rigurosa sesión matutina de aseo. A veces llego a casa y me encuentro con 57 mensajes sin leer después de un viaje de ida y vuelta de 20 minutos para dejar a mi hija en la guardería. Sólo en octubre, me desperté con cientos de mensajes sin leer de un solo chat (un chat con varios de mis amigos que no tienen hijos).
El mayor atractivo de los chats de grupo (su necesidad, en realidad) es que se han convertido en el único medio social que es realmente social
Más allá de ese chat, algunos de mis chats de grupo más activos incluyen uno con mis amigos del instituto, otro con amigos de la universidad y otro con amigos de la universidad que dejé. Hay uno con amigos íntimos que viven en Holanda y tienen hijos de la misma edad que los míos, y otro con amigos íntimos que viven en Roma y tienen hijos de la misma edad que los míos. Una con mi padre, mi hermana y nuestros cónyuges, y otra sólo con mi padre y mi hermana. Una con mis antiguos compañeros de grupo para intercambiar bromas y recordar las giras, los discos y los conciertos de antaño, y otra con mis compañeros de grupo actuales para intercambiar bromas y hablar de los ensayos y los próximos conciertos. Hay uno para quejarse de los Mets (aunque, como los amazins, sólo está activo entre abril y julio) y otro para quejarse de los New York Giants, que está lleno de más blasfemias y tristeza de las que me atrevo a admitir públicamente. Hay otro para un par de ligas de fútbol fantástico en las que juego, a pesar de que casi no me interesa el fútbol fantástico; estoy en las ligas sobre todo por los chats de grupo que las acompañan. Hay otros, por supuesto. De hecho, cuando pienso en ello, mi mujer y otras dos personas son las únicas a las que envío mensajes de texto individuales con regularidad.
El mayor atractivo de los chats de grupo —su necesidad, en realidad— es que se han convertido en el único medio social que es realmente social. No siempre fue así. Las redes sociales se concibieron originalmente, al menos públicamente, para fomentar la conexión. Mark Zuckerberg prometió una vez que Facebook «daría a la gente el poder de compartir y haría el mundo más abierto y conectado». Twitter prometió «servir a la conversación pública». Pero hace tiempo que la conexión ha dejado paso a la economía de la atención en la mayoría de las plataformas, que pasan por pensar en términos de tuits, observar el mundo por sus posibilidades de triunfar en Instagram y deslizarse por el scroll infinito de TikTok. Los chats grupales son ahora el único lugar donde reunirse que no está gamificado o monetizado, donde compartir el meme perfecto para machacar la horripilante primera cita de tu amigo no se verá eclipsado por anuncios de Adidas y antidepresivos y por la desquiciada disertación de algún neonazi.
En otras palabras, mientras el resto de las redes sociales se reducen a lo que Hua Hsu, escritora de The New Yorker, denomina la «era de la amígdala», los chats de grupo nos dan la oportunidad de utilizar todas las demás partes de nuestro cerebro, de escuchar y ser escuchados, de entablar una conversación real y de construir una comunidad.
Con el tiempo, las microcomunidades de los chats de grupo desarrollan su propia taquigrafía. Hay chistes que hacen referencia a esto o aquello de hace años y decenas de miles de mensajes, alguna nota que se ha convertido en parte de la jerga compartida. A veces, las bromas pueden ir demasiado lejos y filtrarse al mundo real, como ocurrió cuando uno de mis chats de grupo se constituyó como empresa a principios de este año. ¿Por qué? Porque era divertidísimo. Al menos para nosotros.
Los chats también forman sus propios estratos sociales. Está la persona que comparte los mejores memes; la persona que siempre se pasa de la raya con los chistes; el boomer que escribe todo en mayúsculas, usa la puntuación adecuada y firma con su nombre en el texto. ¿Yo? Yo soy el que siente que tiene que darle a me gusta a cada meme que se comparte en nuestros grupos.
Los chats de grupo pueden llegar a ser abrumadores, por supuesto, sobre todo porque se cuelan en otras aplicaciones y porque a menudo duplican a los participantes. Pero cuando piensas en ellos como un canal por el que nos mantenemos conectados con nuestra gente favorita, para reírnos como si estuviéramos todos juntos en una mesa del bar de la esquina, o incluso para aprender y desarrollar relaciones con gente que no conocemos tan bien, es difícil odiar el concepto de los chats de grupo.
(Por no mencionar el hecho de que puedes abandonarlos, como hace a menudo mi padre en nuestro grupo familiar).
Ya es hora de que todos los aceptemos. Y si no puedes, aprende a silenciar tu teléfono, ludita. Pero al igual que el sistema legislativo o el número de veces que puedes ponerte unos vaqueros antes de lavarlos, tiene que haber reglas. Lo que antes era el Salvaje Oeste de la comunicación se está convirtiendo en el lugar de retiro al que planean ir los jubilados. E incluso esos sitios tienen normas.
Las siguientes normas han sido extraídas de mis propios chats. Sirven para cualquier grupo. Síguelas religiosamente si no quieres convertirte en el próximo Sam Bankman-Fried. Por otro lado, intenta evitar la creación de un fraude multimillonario basado en dinero simulado.
🚨🚨🚨Las normas se aplican sólo a adultos conscientes. Por ejemplo, un reciente artículo del Washington Post sobre las reglas no escritas de los chats de grupo de adolescentes advierte: «No digas nada que no quieras que se capture en pantalla». Es un sabio consejo para la barbarie social del instituto. Es un consejo terrible para los adultos y, si se siguiera, quizá te mantendría alejado de los problemas, pero acabaría definitivamente con la diversión y la intimidad de los chats de grupo.
Reglas oficiales de los chats grupales
1. El tamaño perfecto del chat de grupo es de seis personas. No permitas que sean más de 12.
Un chat de grupo es como una mesa en un restaurante. Seis personas permiten una conversación libre a la luz de las velas en la que todo el mundo puede sentir que participa por igual. También da a cada uno la oportunidad de no participar si no se siente bien ese día. Con más allá de ocho, la charla se vuelve cada vez más caótica. Además, la vitalidad de un chat de grupo es inversamente proporcional al número de participantes.
2. Silencia los chats de grupo con más de 12 personas.
Por tu salud mental y por el bien común. Los mensajes no van a ninguna parte.
3. No hables del chat de grupo fuera de él.
Del mismo modo que nunca debes comentar el post de Instagram de alguien en la vida real, esta regla no se aplica si estás en presencia de la persona cuya exclusión del chat es la razón de ser del grupo en primer lugar. En ese caso, sólo deberías hablar del chat delante de esa persona. Y asegúrate de decir la frase: «¡Ah! Es de nuestro chat de grupo. No lo entenderías».
4. Tu nivel de actividad en un grupo es inversamente proporcional a que no te incluyan en otro paralelo. Pero lo mismo ocurre si eres demasiado activo.
En otras palabras, si sólo te limitas a mirar y nunca intervienes y nunca intervienes o si dominas la conversación a todas horas, el único culpable de que hagan otro grupo paralelo sin ti eres tú. Madura, Peter Pan.
5. Añadir a una nueva persona al chat de grupo debe aprobarse por unanimidad.
Y debes preguntar a alguien antes de añadirlo a un chat de grupo ya existente.
6. Recuerda el domingo y santifícalo.
Las líneas que separan el trabajo de la vida personal ya son bastante difusas en Slack, el correo electrónico y cualquier otra aplicación. Ahórrate la charla de trabajo en el chat de grupo los fines de semana.
7. Nunca tuitees. Compártelo en el chat de grupo.
Conseguirás más engagement, mantendrás contenida la zona de explosión de tu vergüenza y conservarás tu trabajo.
8. Ríete siempre de la persona con el punto verde.
Usuarios de Android, os habéis apuntado a esto.
9. El grupo debe llevarse bien.
Más o menos. Todos sabemos cómo pueden llegar a ser los viejos amigos.
10. Hablando de lo mismo, dos amigos que discuten en un chat tienen un máximo de cuatro insultos cada uno.
Pasada esa línea, empiezas a estropear el ambiente. Llévalo al uno contra uno.
11. Limítate a compartir no más de cuatro memes, reels o gifs consecutivos.
Algo más y no puedes esperar que nadie los vea todos, y suenas como un bot.
12. Las necesidades de la Pirámide de Maslow se aplican a las reacciones en el chat de grupo.
En la pirámide, una respuesta que reconoce y empatiza con el mensaje y amplía la conversación con una pregunta o una anécdota relacionada se autorrealiza, lo que es mejor que una reacción de broma (necesidad de estima), que un emoji (necesidad de amor y pertenencia), que leerlo y no reaccionar en absoluto (necesidad de seguridad y protección) o que una reacción de iMessage (necesidad fisiológica).
13. Nunca respondas con un «ja».
Es uno de los mensajes más pasivo-agresivos que una persona puede enviar. Si estás pensando en enviar un «ja», añade al menos otro «ja», aunque no te salga del corazón. Por el contrario, cualquier cosa más allá de cuatro «ja» hace que parezca que te estás riendo irónicamente.
14. Aunque todos los miembros del grupo estén en un mismo lugar, por ejemplo en una boda, se espera que os comuniquéis principalmente a través del chat.
¿Por qué? Porque así es como nos comunicamos ahora.
15. Ten al menos un chat de grupo que sirva como extensión de tu conciencia, un espacio seguro para tu superego, tu ego y, sobre todo, tu identidad y la de tus amigos.
Como tuiteó una vez la reportera de The New York Times Astead Herndon, «la clave de todo chat de grupo es la destrucción mutua asegurada».
16. Responde a lo que quieras, cuando quieras. Pero hay un periodo de gracia de 48 horas para hacerlo.
A menos que seas el raro o rara del chat que nunca responde pero dispara cuando lo hace. En ese caso, puedes abrir fuego cuando estés preparado.
17. Nunca, nunca, nunca te unas a un chat de grupo de criptomonedas.
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